Según reporta la agencia de noticias Hawzah, una de las preguntas más repetidas en el espacio intelectual y mediático de hoy es: ¿si el ser humano posee razón, necesita aún de profetas y religión?
A primera vista esta cuestión parece sencilla, pero en realidad encierra profundos aspectos filosóficos y de conocimiento que requieren reflexión. A continuación se expone el planteamiento y la respuesta.
Pregunta:
«Si el ser humano tiene razón, ¿para qué necesita profetas y religión?»
Respuesta:
Esta pregunta, aparentemente simple, contiene en el fondo capas profundas de conocimiento y filosofía. Reflexionar en ellas nos conduce a una comprensión más clara de la relación entre razón y revelación.
Primero, es necesario aclarar qué significa “razón” en este debate. En su uso común, la razón a veces se limita a ser un instrumento de la vida práctica y cotidiana. Pero en un tema como la aceptación de la profecía y la religión, la razón significa la facultad de comprensión, de análisis de la existencia y de orientación. En las enseñanzas religiosas, a esta se le llama “la prueba interior”.
En realidad, es la razón la que da los primeros pasos en el camino del conocimiento de Dios, del propósito de la creación y de la necesidad de una guía divina. Si el ser humano reflexiona con su razón, comprende que el universo no es producto del azar, sino de la voluntad de un Creador sabio y poderoso. Y puesto que este Creador no actúa en vano, la vida humana tampoco es sin propósito ni sin guía. La razón misma dicta que, para recorrer correctamente el camino de la vida, el hombre necesita una guía externa, un programa normativo y un orientador fiable.
Si aceptamos este razonamiento, queda claro que la misión de los profetas no es anular la razón, sino completarla, fortalecerla y orientarla. La razón nos conduce hasta la necesidad de una guía divina, pero para conocer los detalles de esa guía —el camino, el destino, las normas y prohibiciones, y el modo de avanzar— se requiere la revelación y la enseñanza de los profetas.
En otras palabras, la razón reconoce el camino, pero para recorrerlo se necesitan un mapa, una ley y un guía. Así como quien emprende un viaje de un lugar a otro entiende, gracias a su razón, que requiere medios, conocer la ruta y un guía que lo proteja de los desvíos, del mismo modo sucede en el viaje de la vida. La razón por sí sola no basta: la misma razón sana testifica que el profeta, la religión y la sharía son una necesidad irrefutable.
Por otro lado, cuando la razón se desvía, se debilita o cae en el olvido, necesita recordatorio y corrección. Eso es lo que hacen los profetas: como médicos divinos, curan corazones enfermos, apartan los velos de la ignorancia y con la palabra revelada despiertan las razones adormecidas. En este sentido, los profetas son la prolongación del camino de la razón, no su reemplazo; y la religión es la respuesta racional a las verdaderas necesidades del hombre, no algo impuesto ni infundado.
El Corán también apunta a esta verdad cuando dice:
“Así como enviamos entre ustedes un Mensajero de entre vosotros, que os recita Nuestros signos, os purifica, os enseña el Libro y la Sabiduría, y os enseña lo que no sabíais” (Sura al-Baqara, 2:151).
En conclusión, quien realmente posee razón, esta misma razón le dicta que necesita a los profetas, porque son ellos quienes iluminan el camino, señalan el destino y enseñan cómo avanzar. Por eso se ha dicho:
“Quien cree en la profecía, en realidad primero ha respondido al llamado de la razón; y quien la niega, en verdad no ha escuchado o ha ignorado la voz de la razón”.
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